El origen de una protesta inesperada
El movimiento debe su nombre al chaleco de alta visibilidad que, por ley, todo conductor en Francia debe tener en su vehículo. Este elemento se transformó en un símbolo de la clase trabajadora y de las dificultades económicas enfrentadas por millones de personas en zonas rurales y periféricas, quienes dependían de sus automóviles para trabajar y desplazarse.
La chispa que encendió la protesta fue el anuncio de un aumento en los impuestos sobre los carburantes como parte de las políticas ecológicas impulsadas por el gobierno del presidente Emmanuel Macron. Para muchos, esta medida fue percibida como una carga adicional sobre los sectores más vulnerables, en contraste con la percepción de que las élites urbanas estaban protegidas de tales sacrificios.
La magnitud de las movilizaciones
El 17 de noviembre de 2018, más de 280,000 personas participaron en manifestaciones en toda Francia, bloqueando carreteras, rotondas y autopistas. Las imágenes de ciudadanos comunes portando sus chalecos amarillos y exigiendo justicia económica se propagaron rápidamente por los medios y las redes sociales.
Las protestas continuaron durante meses, generando enfrentamientos con las fuerzas del orden en ciudades como París, donde los Campos Elíseos se convirtieron en el escenario de violentos choques y daños a edificios emblemáticos. La represión policial, en ocasiones brutal, fue objeto de críticas tanto dentro como fuera de Francia.
Las demandas más allá del carburante
Aunque el aumento de los precios de los carburantes fue el detonante inicial, los chalecos amarillos comenzaron a articular una lista más amplia de demandas. Exigieron mejoras salariales, reducción de impuestos para las clases trabajadoras, una reforma del sistema de pensiones y mayor representación en las decisiones políticas a través de referendos ciudadanos.
El gobierno de Macron, enfrentado a una crisis de legitimidad, anunció medidas para calmar las tensiones, incluyendo la suspensión del aumento de los impuestos al carburante y la implementación de un “gran debate nacional”. Sin embargo, estas acciones no lograron sofocar del todo el descontento.
El legado cinco años después
A cinco años de su nacimiento, los chalecos amarillos siguen siendo un recordatorio del malestar social y las divisiones que persisten en Francia. Aunque el movimiento perdió fuerza con el tiempo, dejó huellas profundas en la política del país y planteó preguntas esenciales sobre la relación entre el gobierno y sus ciudadanos.
El movimiento también inspiró protestas similares en otros países, destacando la capacidad de las movilizaciones populares para desafiar políticas percibidas como injustas.
Hoy, al recordar este aniversario, Francia reflexiona sobre un episodio que sacudió los cimientos de su sociedad y evidenció las tensiones entre la lucha por la justicia social y los desafíos de la transición ecológica. ¿Se han resuelto las causas de aquel descontento? ¿Siguen vigentes las mismas desigualdades? Estas preguntas, cinco años después, siguen siendo tan relevantes como en 2018.